jueves, 15 de mayo de 2014

Déjate Seducir

No sé qué me pasa hoy, estoy agitada, excitada, y en lo único que puedo pensar es en ti, en ti, y en esa maravilla que guardas entre las piernas.


Puede sonar raro, incluso ordinario, pero hay días que me siento así… ¿Serán las hormonas? ¿Falta de sexo? O simplemente que tengo una imaginación muy potente.



Voy a verte, sin avisar, sé que no te gusta, pero no sabía hacia dónde iba hasta que ya estaba en tu puerta.


Me abres sorprendido y confundido, abres la boca, supongo que para preguntarme qué hago en tu casa, pero no te dejo hablar. Solo te beso. 

Con precipitación, con ansiedad, con deseo.

Tus besos entienden perfectamente mi necesidad y responden a ella de una forma que me excita, me lubrica y me sumerge en una nube erótica de la que no quiero salir.

Voy empujándote suavemente a tu habitación mientras nos desnudamos por el camino. Tu camiseta, la mía, tus pantalones, los míos… No hay tiempo que perder.

Es en la puerta de tu habitación donde me deshago de tus calzoncillos, mientras que tu mano derecha cierra la puerta y la izquierda me desabrocha el sujetador con un hábil movimiento.

Me tiras sobre la cama, riendo, aún no hemos dicho ninguna palabra, no hace falta, nos conocemos.

Nos tocamos, mientras seguimos besándonos, mordiéndonos, arañándonos, sintiéndonos… Es increíble cómo es todo tan fácil contigo.

Me deslizo por tu cuerpo dándote pequeños besos por el pecho y me acerco a tu entrepierna. Está tiesa, dura, preparada para mí. Me encanta.

Poco a poco acerco mi boca a ella, sin tocarla, provocándote, haciéndote desear más. Es mi mano la que te rodea sintiendo pequeñas sacudidas que buscan, que exigen satisfacción. 

Sujeto tu pene con la mano derecha mientras que la izquierda juega con tus testículos. Me resulta curioso su tacto, su forma de moldearse en mis manos. No puedo dejar de tocarlos.

Aprieto la mano derecha suavemente mientras mi boca se acerca a tu miembro cada vez más, soplo, y me aproximo tanto que contienes la respiración.

Me alejo un poco para mirarte a los ojos, me observan expresivos con una mezcla de lujuria y admiración; mi lengua pasea por mis labios, caliente, humedeciéndolos, preparándolos para ti, mientras tú me miras fijamente con tu sonrisa torcida.

Te gusta mirar, me gusta que me mires.

Abro la boca ligeramente y me vuelvo a acercar a tu pene. Se tensa, palpita. Respiro sobre él invadiéndolo, calentándolo con mi aliento. Saco la lengua y te toco suavemente, casi con timidez.

Ahora, con mi lengua goteante de humedad, comienzo a besar la base de tu mango y voy lamiendo hacia arriba muy despacio. Giro la cabeza de lado y simulo morderte colocando mis dientes en tu carne.

Te escucho respirar fuerte. Buena señal.

Cierro la boca y pongo morritos restregándolos contra tu pene, arriba y abajo, arriba y abajo sin llegar a tocar la punta, sólo humedeciéndolo. Un pene húmedo se ve y suena más cachondo que uno seco.

Mis manos no están quietas, la izquierda en tus testículos, masajeándolos. La derecha te agarra el mango y empieza a subir y a bajar mientras la lengua ahora pasea por tu frenillo, rodeándolo, primero lento y después rápido.

Todavía no he tocado tu punta, y al escucharte suspirar y susurrar mi nombre sé que eso es lo que quieres. Pero aún no, sigo deslizando mis labios mojados por tu pene.

Me tiras del pelo hacia atrás obligándome a mirarte, con tus ojos gritándome “Hazlo ya”. Sonrío, me siento poderosa. En este momento puedo hacer lo que quiera contigo, estás a mi merced.

Mi lengua recorre el espacio del frenillo otra vez, por todo su contorno, haciendo frecuentes pases por esa piel tierna, suave.

Y sin que te lo esperes chupo tu punta, lamiendo, succionando, insistiendo en el agujero del centro. Jadeas, me excito.

Bajo rápidamente y meto tu miembro en mi boca tanto como pueda caber y noto como una corriente de placer se propaga por tu cuerpo.

Juego a ver cuánto me cabe en la boca, procurando abarcar cada vez más.

La siento dentro de mí, te palpita, noto como crece en mi boca y es mi cuerpo ahora el que se contrae, humedeciéndome, despertando partes de mí que estaban dormidas.

Moviéndome rápido me deslizo arriba y abajo como si me estuvieras penetrando. Siento presión en la mandíbula y descanso utilizando la mano. Me la agarras con la tuya y me enseñas cómo te gusta.

Tus manos… Se ven tan grandes encima de las mías. Me hace sentir pequeña y protegida a tu lado. Y no sé por qué, pero siento esto como algo muy íntimo, muy privado, solos tú, yo y el sonido de nuestras respiraciones.

Vuelvo a bajar la boca mientras mis dedos se mueven en forma de O y con movimientos circulares sobre tu mango.

Te noto cada vez más duro, más tenso, tu respiración más rápida, tus ganas de dejarte llevar más exigentes.

- ¿Dónde quieres que me corra?- me preguntas mientras una de tus manos sustituye a la mía y la otra impide que mi boca se aleje de ti.

- Ni en la boca ni en la cara- te respondo sonriendo sabiendo que eso es lo que más te gustaría.

Sonríes tú también, medio riendo, medio frustrado. 

Noto como tu cuerpo se sacude mientras te corres sobre mi pecho desnudo.

Desde luego no es agradable estar pringada de arriba abajo poniendo las manos para que no gotee.

Lo agradable es mirarte a la cara y ver tus ojos cerrados, y tu sonrisa sincera, respirando paz, relajación. Y es entonces cuando la diosa dentro de mí la choca consigo misma por haber conseguido eso en ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario